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Aunque en ocasiones lo olvidemos, una de las causas más comunes por las que se origina un incendio empieza en el fallo de la instalación eléctrica de los edificios o de los equipos técnicos que se encuentran en los mismos.
Sin ir más lejos, un aislamiento deficiente provocado por daños mecánicos en los cables de conexión de los equipos, puede conllevar un riesgo elevado tanto para las personas que se encuentran dentro del establecimiento, como para los bienes materiales y el medio ambiente.
Ahora bien, ¿cuáles son las causas más comunes de este tipo de incendios y cómo las podemos prevenir desde la protección contra incendios?
Las causas de un incendio eléctrico pueden llegar a ser muy variadas, desde fallos en la elección de las protecciones hasta deterioros de los aislamientos que protegen el edificio. Sin embargo, las más comunes se podrían clasificar en:
Si los diferentes cables eléctricos que tenemos conectados en el edificio se encuentran unos encima de otros o están pillados debajo de maquinaria pesada, se puede producir un sobrecalentamiento en la corriente que dé pie a un posible incendio. Es importante comprobar que todos los cables están colocados de forma segura.
No debemos utilizar equipos que puedan tener un cableado desgastado o roto ya que, además de aumentar la temperatura sobre superficies combustibles como suelos, paredes u otros elementos, pueden producir cortocircuitos que desemboquen en chispas y llamas.
En numerosas ocasiones, una conexión defectuosa produce un aumento de resistencia que hace que los interruptores se calienten y entren en lo que se conoce como una “interfase de dióxido”. En esta fase, el óxido que lleva la corriente hasta el interruptor funciona pero con una temperatura mucho más elevada de lo normal, dando lugar a una posible pirólisis del plástico que hace que se derrita el material del interruptor expulsando gases que, al pasar por un proceso de ignición, se pueden convertir en llamas.
El polvo acumulado en la fuente de energía, en contacto con la humedad del edificio, puede provocar cortocircuitos que deriven en incendio. Por lo tanto, es necesario llevar a cabo una buena limpieza y mantenimiento de las instalaciones para evitar que esto ocurra.
Una vez sabemos las causas más comunes de incendios en edificios, ¿cómo podemos evitarlas desde la protección contra incendios? Veamos las soluciones más eficaces.
La termografía infrarroja (IR) es una técnica que se usa en el ámbito de la inspección para detectar puntos calientes en cualquier parte de las instalaciones eléctricas de un edificio, sin necesidad de desmontar las mismas (algo sumamente costoso si hablamos de grandes naves industriales o establecimientos como centros comerciales).
Este método se encarga de ir tomando exposiciones (fotografías) para detectar posibles sobrecargas en los conductores, calentamiento por contactos deficientes o un fallo en el aislamiento, disminuyendo así el riesgo de que se produzca un incendio.
Es un ensayo preventivo muy utilizado también en el sector de los Seguros y que va dirigido a dar cobertura por pérdidas en caso de incendios o rotura de máquinas.
Por otro lado, y de la mano del análisis preventivo de la termografía, es esencial tener instalado un buen equipo de sistemas automáticos de detección de incendios que de la voz de alarma ante cualquier anomalía que se pueda producir en las corrientes eléctricas, activando así el resto de instalaciones de protección activa que contribuyan a la extinción del fuego.
Dentro de estos sistemas de protección activa, uno de los más eficaces para la contención del incendio es la extinción automática mediante agentes gaseosos.
Los sistemas de extinción mediante agentes gaseosos se utilizan cuando no es posible valerse de otros equipos como los rociadores automáticos que utilizan el agua como medio principal de control del fuego.
Una vez los detectores informan de un posible conato de incendio (un pequeño fuego que es posible controlar si se actúa sobre el mismo), el sistema de extinción automática mediante agentes gaseosos recibe la orden para lanzar, como agente extintor del fuego, un gas no conductor de electricidad que no deja ningún tipo de residuo dañino al evaporarse.
Según el riesgo del propio establecimiento, se pueden utilizar diferentes gases de extinción clasificados, a día de hoy, en tres grupos: dióxido de carbono, gases limpios o halocarbonados y gases inertes.
Los gases fluorados y el CO2, se consideran como uno de los agentes que mejor han funcionado en la extinción de incendios.
Ahora bien, a pesar de las distintas soluciones que podamos llevar a cabo para prevenir los incendios por daños eléctricos desde la protección contra incendios, la función más importante que nunca debemos perder de vista es el mantenimiento constante de las instalaciones eléctricas de todos los equipos.
Para ello, es recomendable tener instalados (junto a los dispositivos de protección existentes) sistemas de mantenimiento predictivo (como los comentados anteriormente) basados en técnicas que permiten detectar fallos potenciales y monitorear continuamente las condiciones de los equipos para ver cuándo hay que cambiarlos.
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